20090110

REVOLUCION CULTURAL ARGENTINA

Argentina ya no es uno de los países más ricos.Al mismo tiempo los planteos tradicionales de los sectores obreros en cuanto a sus conquistas fueron superados por la economía de mercado, aprendiendo no sin dolores que la prevalencia política no es suficiente para disponer de empleo y altos salarios, ni tampoco es garantía de igualdad social, por el contrario, bajos salarios y desigualdad es lo que se ha acentuado.Los problemas son la desocupación y el subempleo, la caída de los ingresos y la exclusión social, el achicamiento del mercado y la pérdida de la pequeña y mediana empresa, sumada a la insolvencia del Estado frente a sus proveedores, acreedores, empleados y toda la clase pasiva dependiente del sistema de seguridad social.Hoy volvemos a pensar el país. Un nuevo proyecto nacional es viable. Es el único recurso para integrar y mejorar a todos los sectores y como condición para el funcionamiento correcto de la democracia.Es necesario, entonces, una Revolución Cultural, que multiplique la capacidad del mayor capital que tiene la Nación, su Pueblo, para que este multiplique los demás factores.Al jerarquizarse los objetivos, se jerarquizará la política, la clase dirigente y toda la sociedad.El espíritu de la Nación necesita una gran convocatoria, única, que puede despertar sus fibras heróicas.Se insiste siempre, fundamentalmente en ciertos foros, en ciertas tertulias de cierto trasnochado intelectualismo, que no tenemos identidad. Se alude al hecho de nuestra juventud como pueblo y a las enormes corrientes inmigratorias sumada a los exterminios perpetrados contra aborígenes y negros en las distintas etapas de conformación y consolidación tanto de América en general y de Argentina en particular.Pero no es así. Tenemos identidad. Identidad que se expresa no sólo en nuestro idioma hablado con la incorporación del vos y el tomá y del riquísimo lunfardo amasado con la influencia italiana y española, sino también por esa idiosincrasia que oscila entre el asado y la melancolía, entre la improvisación creativa y la fuga, entre premios Nobel y corruptos. Nuestra identidad surge justamente del elemento más utilizado para negarla: las distintas simientes que engendraron a los argentinos de hoy.Nuestro país es disímil y variado tanto en lo geográfico y social, como en los orígenes mismos de las civilizaciones regionales. Poco parecen tener que ver los santiagueños, con fuertes raíces quichuas y colonizados por jesuítas munidos de cruces, arpas, violines y vihuelas, con los rionegrinos con abuelos mapuches. Ni hablar del ciudadano de nuestras grandes ciudades. Sin embargo y por encima de cuestiones políticas, sociales y económicas, existen ciertas cuerdas que vibran estimuladas por todos o casi todos nostros.La contracultura en la Argentina no es novedosa, ni producto de la post-postmodernidad; sin ir más lejos, el almanaque nos brinda ciertas fechas precisas que significaron un cambio no sólo de signo político, sino de la aparición de una nueva cultura política, la de la espada, con la secuela por todos conocida: Setiembre de 1930 y de 1955.Y en Junio de 1966, con la aparición del Onganiato, comienza la verdadera construcción de la contracultura, Bernardo Neustad y Mariano Grondona mediante. No sólo la Noche de los Bastones Largos en las Universidades, sino por ejemplo, sacar los bancos de los subterráneos de Buenos Aires para eliminar así el vagabundeo, la desaparición de EUDEBA y el cierre de galerías y muestras de arte por su connotación subversiva.Y más acá en el tiempo, el 24 de Marzo de 1976, es el momento culminante de la derrota estratégica del pueblo argentino. Derrota estratégica, porque aún hoy después de 33 años, no hemos podido salir victoriosos; no sólo nos sigue pesando muertos y desaparecidos, sino la pérdida de la cultura del trabajo y la incorporación de la cultura de la especulación, apoyada en célebres frases que en muchos se hicieron carne: no te metás y por algo será.Sumado a todo esto, la Década del ‘90 y la aplicación de un modelo neoliberal a ultranza que nos hundió y nos llevó a los límites: estuvimos al borde de la desintegración de la Nación y se llevó a inmensos sectores de nuestro pueblo a la marginalidad social, económica y cultural.Este último modelo económico-social, profundizado desde Martínez de Hoz, ha determinado una cultura que debemos desterrar.

Entonces, el contenido de la Revolución Cultural debe partir de un conocimiento previo de esta otra cultura que debemos eliminar; cultura que se encuentra en la idiosincracia de muchos de los argentinos.Es evidente que en nosotros existen valores positivos y también negativos.Entre los primeros podemos señalar el sentido de la libertad y de la igualdad, de la familia, el propósito de mejoramiento, la religiosidad, el sentido de la democracia y la tolerancia.Entre los segundos se observa el desconocimiento de la escasez, el no reconocimiento que se acabó el país rico, la desvalorización del tiempo, la resistencia a la jerarquía, escaso sentido de responsabilidad, la falta de asimilación del lucro lógico y del cálculo ecónomico, un cierto grado de fatalismo, un insuficiente respeto de la propiedad pública y privada, el resentimiento y el desprecio, la poca aplicación de métodos experimentales, insuficiente solidaridad, rasgos de espíritu faccioso y falta de compromiso. Y si a todo esto se le agrega el incumplimiento de principios éticos que ordenan las conductas, tanto en el orden individual como colectivo, la situación puede considerarse de gravedad.La incorporación de este reconocimiento y de la necesidad de modificar hábitos y costumbres se debe producir en todos los estratos sociales, desde los más humildes a los más encumbrados. No es suficiente difundirlo en el campo universitario o académico, debe generarse el debate en el seno mismo de la sociedad.Ahora bien, la circunstancia de que los argentinos tengamos que corregir atrasos y deformaciones culturales, tecnológicas y económicas, no debe llevarnos al error de creer que se deben corregir otros aspectos de nuestra formación cultural, que hacen a nuestra idiosincrasia, a la historia, y a la conservación de valores fundamentales, por el contrario mantener nuestra identidad y conservar la autoestima y una sociabilidad grata a nuestros sentimientos y convicciones es el camino a seguir.Esta convocatoria a producir una revolución Cultural permitirá iniciar un nuevo período en la historia argentina porque la Nación estará culturalmente preparada para ser eficiente en todo sentido, con un fuerte sentido ético y en aptitud para participar con altos dividendos entre los pueblos, logrando así y solamente así la grandeza de la Patria y el bienestar del Pueblo.

OSVALDO VERGARA VERTICHE

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